jueves, 11 de diciembre de 2014

Y llegó diciembre...

Y pensabas que el frío polaco cicatrizaría el pus de tus heridas internas, y te creíste esa patraña de que el tiempo todo lo cura... pero mírate, estás en la misma situación de mierda que hace días, semanas, meses, años... o incluso décadas.

Miras el reloj de tu smartphone pidiendo morirte cinco minutitos más, que todavía no te has saciado, que aún no quieres ver la luz, y por dentro, un extraño sentimiento de autocompasión efervescente, diluye las ganas de condenarte al ostracismo.

Mírate. Tu barba descuidada refleja tu estado anímico, tu rostro desgastado no deja lugar a cavilaciones, y tus ojeras... tus ojeras ya se han convertido en una caricatura de ti mismo.

Encerrado en tu propio Shutter Island, te preguntas cómo has llegado a este punto, pero ya da igual... un número más o uno menos en las listas del registro civil no es tan significativo, ya no.

Pero a pesar de todo, sacas fuerzas de flaqueza para armarte de valor, y salir a la calle con la esperanza de cambiar tu suerte, con fe de que el ambiente navideño que aflora en la metrópolis contagie de paz tu aura deteriorada; esperando que el 3x2 de algún supermercado en tetrabricks de vino consiga esbozarte una sonrisa. O al menos, te la borre para siempre.
Y llegó diciembre...